Marcela se colocó junto a su novio al final de la larga cola del control policial del aeropuerto. Observó los carteles que dividían la entrada. Europeos y no europeos. Los europeos pasaban enseñando sus pasaportes casi sin detenerse y tan felices. Del lado de los “no”, estaban ella y su novio y largas filas llenas de caras de preocupación. Metió su mano en el bolsillo. Acarició la tapa de su pasaporte. Completamente nuevo, sin usar, hacía apenas una semana fue a buscarlo llena de ilusión. Pero ahora, por más que buscaba, no veía su ilusión por ningún lado.
–Voy al baño –le dijo a su novio señalando los lavabos cercanos.
–No tardes.
Cogió su mochila y se fue sin responder. Se metió en el de mujeres y buscó uno libre. Cerró la puerta. Bajó la tapa y se sentó. Sacó el pasaporte y lo cogió con sus dos manos. Lo puso frente a ella y se quedó con la mirada fija en él. Alguien golpeó la puerta pero ella no respondió. Siguió con la mirada fija en las letras doradas con el nombre de su país. Apenas hacía unas horas se reía, y lloraba, con Jimena, con Mariana, con Alejandra. Ahora, aquí, encerrada, en un baño de un país sin amigos. “Por favor nena, cuíidate. Te quiero mucho” le dijo su madre en el último beso. “Te quiero mucho” dijo ella también. Y se dio cuenta, en ese momento, de que no se lo decían nunca. O casi nunca.
Se puso de pie y levantó la tapa del váter. Hizo lo que tenía que hacer. Después tiró de la cadena. Cogió su mochila y salió. Su novio estaba esperándola con la mirada. Con la mirada agria. Esa mirada que se le clavaba en el pecho y le ahogaba. Esa mirada que les separaba. Como los carteles.
–¿Por qué tardabas tanto?
–Es que…
–¿Qué pasa?
–No encuentro el pasaporte. –dijo temblando en la voz.
–¿Qué? ¿Como que no lo encuentras?
–Que no lo encuentro… –repitió llorando.
–¡No! No puede ser. No puede ser, Marcela. Mira que te lo dije. ¡Lo sabías! Sabías que era lo más importante.
Javier se tapó la cara con las dos manos intentando calmarse y pensar en algo. Respiró hondo. La abrazó y la llevó hacia unos asientos lejos de las cabinas de la policía.
–A ver… con calma, no llores. Vamos a sentarnos aquí y buscamos bien.
–Ya he revisado la mochila, el bolso, la ropa, todo. Y no está.
–Pero tiene que estar en algún sitio, Marcela. No puede haberse evaporado. Recuerdas dónde lo llevabas por última vez?
–Lo he perdido. Lo he perdido.
–Recuerdas dónde lo llevabas por última vez? –insistió su novio.
–No -contestó ella.
–Tienes idea de dónde puedes haberlo perdido?
–No, no tengo la menor idea.